El Kilómetro 24 y su contraste con Villa Ballester

 










  Hasta bien entrado el año 1940, el paraje “Kilómetro 24” era un lugar irrelevante para Villa Ballester. Tan pocas eras las edificaciones que hasta se podían contar e identificar fácilmente.                                  
   Entre ellas se destacaba la modesta construcción de la sociedad de Fomento Kilómetro 24, el horno de ladrillos con su elevada chimenea que fuera propiedad del ingeniero Arturo Prins ahora funcionando con otros dueños, la humilde Parada del ferrocarril Kilómetro 24, el galpón de coches, la Compañía arenera, que a pesar de las repetidas crisis del sector y del cambio de denominación, continuaba con las extracciones, la usina eléctrica del ferrocarril, de sólida arquitectura, mostrando su imponente presencia en medio de la soledad del lugar, lo que despertaba curiosidad al ocasional viajero que pasaba por el camino Morón-San Fernando. Y ahora se sumaba la gran novedad: el balneario de Mauro Marimón que abría al público con sus primeras atracciones.                      Los interminables y constantes lodazales que se formaban luego de cada lluvia y las eventuales inundaciones no fueron exclusividad de esta época.   

Apeadero "Kilómetro 24" del F.C.C.A.

Avenida Márquez macadamizada. Al fondo usina del ferrocarril
  
 Los habitantes eran muy pocos.  De hecho, los registros de diciembre de 1941 mostraban que en la “Villa Prins” residían 138 masculinos y 98 mujeres mientras que en el resto del “Kilómetro 24”, 55 personas eran varones y 62 mujeres.   
       Planificar la urbanización en la “zona de bañados” no era ni siquiera una alternativa a considerar por los funcionarios municipales y mucho menos por los nuevos pobladores que elegían afincarse en torno al centro de Villa Ballester para hacer provecho de los servicios y del progreso además de las virtudes climáticas que le reconocían.

       De hecho, Villa Ballester era un pueblo que progresaba a paso firme, que se enorgullecía de ser un gran aportante de ingresos al municipio, de tener sus cines, sus comercios, sus industrias, sus importantes centros educativos y deportivos entre otras actividades.  Allí los vecinos pagaban su asfalto de mala calidad a precios siderales.   Los teléfonos estaban destinados solo a los pudientes, que recibían un servicio regular que dependía de la buena disposición de la operadora que en forma manual tenía la responsabilidad de ligar ambas líneas y que por las noches mostraba serias deficiencias.
        Ese bienestar conformaba un círculo virtuoso que atraía nuevos pobladores en su mayoría extranjeros que buscaban la prosperidad que no habían podido encontrar en sus países y que una vez instalados trataban de vincularse con quienes se identificaban por su nacionalidad, idioma y costumbres para luego echar raíces en el nuevo terruño.  Uno de los pasos fundamentales era acercarse a los clubes, lugar por excelencia para la diversión, el baile, el deporte y donde se generaban y resolvían las inquietudes de interés general además de lograr la ansiada pertenencia.

      Pero a su vez los inmigrantes, no importando su nacionalidad, compartían muchas cosas en común que de alguna manera los hermanaba. El desarraigo, las vivencias del penoso viaje en buque a vapor, interminable y agotador que desgarraba sus almas; el desconocimiento del idioma y demás dificultades que implicaba establecerse en un país extraño.  Y no eran pocos. De los 166.032 habitantes en el municipio de San Martín, 118.011 eran de nacionalidad argentina, 18,723 eran italianos, 16,554 españoles, 2600 alemanes, 1843 polacos, 1017 uruguayos, 768 turcos, 664 franceses, 595 yugoslavos, 438 checoslovacos, 428 brasileros entre los más importantes.

    De esta manera, Villa Ballester pudo lograr la convivencia de inmigrantes de las más diversas nacionalidades hasta el 15 de mayo de 1939, cuando inesperadamente, sobre todo para los alemanes residentes, el presidente Marcelino Ortiz firma un decreto que restringe las actividades políticas de los extranjeros. Las sociedades extranjeras ya no podrán recibir subvenciones del exterior con la única excepción de actividades de beneficencia. Tampoco podrán usar distintivos, enseñas, himnos y los estatutos deberían estar escritos en lengua castellana.
  
     Era una clara respuesta a las presiones norteamericanas, a los aliadófilos, a los recientes intentos de golpes de estado en Brasil y Chile con apoyo de residentes alemanes, al visible y oculto avance Alemán en la argentina que sumado a documentos entregados al presidente, hacían creíble el supuesto plan alemán que consistía en tomar la Patagonia y separarla de resto de la argentina, y a  partir de allí, con el apoyo de la numerosa colonia alemana nazificada, comenzarían el avance que tendría como objetivo final obtener el continente.
    Esto provocó el fastidio del embajador alemán que consideró que era fruto de una campaña difamatoria y en villa Ballester comienza una etapa de intrigas y desconfianza entre vecinos de diferente nacionalidad que, hasta hacía poco tiempo, compartían una charla amena.

Comentarios