Guerra en Europa y en Villa Ballester

   






Pese a las restricciones y a la progresiva caída en desgracia de las organizaciones alemanas producto de corte del financiamiento desde la embajada, tantos años de siembra de la ideología, ya daba sus frutos en Villa Ballester.  Los nazis están muy bien organizados.  Se reúnen a la vista de todos y no ocultan sus deseos de victoria en una próxima guerra que se avecina.  Algunos jóvenes alemanes o sus hijos argentinos se comprometen aún más y viajan a Europa para alistarse a las filas de los países del eje. Un claro ejemplo es el de Martín Ernesto Liepke de 25 años de edad que como suboficial, integra el regimiento de infantería E.K.II  y muere en acción el 9 de junio de 1940.  También están aquellos que, siendo miembros de la colectividad, no tienen más remedio que adherir a la causa, simplemente al interactuar en los mismos círculos sociales de siempre o llevando a sus hijos al Instituto Holters, Bismarck Schule o S.A.G.V.B., ambos impregnados de la ideología.

   Iniciado el año 1940 el país comenzó a percibir las primeras consecuencias de la guerra iniciada unos meses antes.  Entre las positivas no había aún nada concreto, más bien se palpaba una situación oportuna, tal vez históricamente única de construir en el país una matriz productiva para poder fabricar los bienes que hasta ese momento se compraban a los países ocupados enteramente a la guerra.  La mayoría eran negativas.  Comenzó a escasear la papa, luego el azúcar, más tarde le tocó el turno al carbón, al kerosene, después los neumáticos y por supuesto la energía eléctrica que como siempre no era suficiente para cubrir las necesidades de la demanda y debía racionalizarse y abstenerse de su utilización durante la noche.  Al respecto los vecinos memoriosos y también los directamente perjudicados recordaban la CLYFE (Cooperativa de luz y energía) que una década atrás garantizaba buen servicio y precio acorde.  

  Ante la situación, el estado intervenía regulando la oferta a veces en forma criteriosa, pasible de sanción para aquellos comercios que no cumplieran los términos.  Los tubérculos por ejemplo eran adquiridos por el municipio y distribuidos en puntos de venta celosamente establecidos para ser vendidos al precio fijado de $0,20 el kilo

  Aunque seguramente lo más negativo estaba en la seguridad.  Durante los años que duró la guerra la comisaría de Villa Ballester contó con escaso personal, tan escandalosamente desproporcionado en relación con la cantidad de habitantes que iba en acelerado aumento.  Los agentes cumplían sus funciones de patrullaje con dos caballos prestados y en bicicletas cuando no llovía, con la incertidumbre de la poca seguridad que ofrecían las cubiertas para largos recorridos; no habiendo podido utilizar el único automóvil durante diez meses por falta de neumáticos.

  Pero lo más sobresaliente se reflejaba en los rostros preocupados de los pobladores llegados de los diferentes países europeos, circunstancialmente enfrentados, que dejaron vínculos sanguinos y que a raíz de la poco confiable y lenta comunicación epistolar, su suerte era ciertamente incierta.  

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